El siguiente artículo es un extracto del libro «En defensa del altruismo» de Matthieu Ricard. Te invitamos a leer todo el contenido si deseas profundizar en su lectura. Puedes obtener a partir de la siguiente pagina: https://www.matthieuricard.org/es/books/
El estilo de vida de la minoría individualista, a menudo la más rica, es tal que su huella ecológica es desproporcionada en relación con el resto de la población. La huella ecológica de una persona se define como el área de tierra necesaria para proporcionar alimento y hábitat, la energía necesaria para viajar relacionada con lo que consume, como la gestión de residuos, y las emisiones (gases de efecto invernadero y contaminantes) de las que es responsable. Si dividimos el área total de los suelos biológicamente productivos de la Tierra por el número de habitantes, cada persona debería tener 1,8 hectáreas. Sin embargo, la huella ecológica actual es en promedio de 2,7 hectáreas por persona en el mundo, lo que confirma que estamos viviendo globalmente por encima de nuestras posibilidades. Estas huellas ecológicas varían según el nivel de vida: la media de los americanos es de 8 hectáreas; es de 6 hectáreas para un sueco, 1,8 hectáreas para la mayoría de los africanos y 0,4 hectáreas para un indio. Stephen Pacala, de la Universidad de Princeton, calculó que los más ricos, que representan el 7% de la población mundial, son responsables de la mitad de las emisiones de CO2, mientras que el 50% más pobre sólo emite el 7%, una pequeña proporción para 3.500 millones de personas. El 7% más rico, que también dispone de los mejores medios para protegerse de la contaminación, se beneficia así del resto del mundo.
Entre las grandes fortunas, hay ciertamente personas generosas que están decididas a trabajar por un mundo mejor, pero siguen siendo una minoría. Hoy en día, el modo de vida de los más ricos compromete la prosperidad futura de la humanidad y la integridad de la biosfera.
Debemos actuar, pero no basta con ahorrar dinero simplemente aislando mejor las casas, utilizando energía solar o geotérmica, utilizando aparatos que consuman menos electricidad, etc. Podemos ver que quienes hacen este tipo de ahorros también gastan más dinero en viajes, por ejemplo, o en otras actividades y compras que directa o indirectamente generan emisiones de gases de efecto invernadero y otras formas de contaminación. Por lo tanto, no sólo debemos ahorrar energía, sino también vivir más sobriamente, y dejar de asociar moderación con insatisfacción.
Algunos países han logrado superar este reto. Japón, por ejemplo, consume la mitad de energía per cápita que los países de la Unión Europea y tres veces menos que los Estados Unidos. Esto se debe a que tiene que importar gran parte de su energía, lo que aumenta el coste. Los altos precios de la energía han tenido un efecto beneficioso en el consumo, sin afectar la prosperidad del país ni su competitividad internacional. Por el contrario, estas limitaciones han estimulado la innovación y el desarrollo de negocios que requieren menos energía, particularmente en el campo de las nuevas tecnologías.