La felicidad es, en principio, el amor a la vida. Haber perdido todas las razones para vivir es abrir un abismo de sufrimiento. Aún cuando las condiciones externas pueden ser muy importante, el sufrimiento, como el bienestar, es esencialmente un estado mental. Comprender eso es el requisito previo clave para vivir una vida digna de ser vivida. ¿Qué condiciones mentales son las que minan nuestra alegría de vivir, y cuáles son las que la nutren?
Cambiar la forma en la que vemos el mundo no implica un optimismo ingenuo o una euforia superficial. Siempre que seamos propensos a la insatisfacción y a la frustración que surge de la confusión que gobierna nuestras mentes, será tan inútil como decirnos a nosotros mismos ¡soy feliz!. ¡Yo soy feliz! una y otra vez, como lo sería pintar una pared en ruinas. La búsqueda de la felicidad no es ver la vida a través de un cristal de color rosa o no querer ver el sufrimiento y las imperfecciones del mundo. Tampoco la felicidad es un estado de exhaltación que se debe perpetuar a cualquier costo: es la depuración de las toxinas mentales, como el odio y la obsesión, que envenenan literalmente la mente. También es aprender cómo poner las cosas en perspectiva y reducir la brecha entre las apariencias y la realidad. Para lograr ese fin, debemos conocer mejor cómo funciona la mente y tener una visión más precisa de la naturaleza de las cosas, ya que en su sentido más profundo el sufrimiento está intimamente ligado a una interpretación errónea de la naturaleza de la realidad.